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lunes, 21 de marzo de 2011

No quiero que la Blackberry sea una extensión de mí


Con las recientes manifestaciones de mi celular indicándome que ya se le acabo la batería, que ha soportado el limite de caídas, que ya no aguanta estar encendido un día entero y que es hora de ser reemplazado por uno nuevo, me siento en la imperante necesidad de expresar lo que me genera la simple idea de pensar que mi próximo aparato telefónico de comunicación personal será una Blackberry.
La verdad es que como herramienta de trabajo para los ocupados empresarios, para los siempre disponibles periodistas o para los políticos urgidos de imagen y de polémica puede que sea genial. Pero para mí que soy una ciudadana de a pie, común y corriente ¿cuál es la gracia de tener un aparato que me permita estar conectada todo el tiempo al espacio virtual?
Siento que la humanidad se esta quedando sin argumentos y que las personas cada vez más carecen de afectos y de seguridad en sí mismas, motivo por el cual el consumo exacerbado se les hace llamativo, pero poco o nada suple las necesidades espirituales, intelectuales o emocionales que verdaderamente están buscando.
No me quiero imaginar como esas personas que van por la calle desapercibidas por estar tecleando en el chat, no me quiero ver sentada en una reunión interrumpiendo con el molesto zumbido de cada mensaje y menos dejando de poner atención a mis jefes o compañeros, no quiero ser la amiga que acude a una cita para mirar la pantalla del celular mientras la conversación se va volviendo borrosa y en la que toca repetir continuamente porque no estoy escuchando, no quiero acudir a una cita con un chico y tener que excusarme porque me acaban de poner un mensaje que es más importante que él, que si esta ahí sentado esperando que lo miren a los ojos.
Ahora resulta que además de atender a tres y cuatro redes sociales en cuyos contactos están casi siempre las mismas personas, hay un exceso de contacto impersonal. Además de estar perdiendo el nivel de privacidad que solo uno puede permitirle a las personas, estamos poniendo en bandeja de plata todas nuestras intimidades, nuestros gustos, nuestros miedos, nuestros logros y fracasos. Y adicionalmente hay que permanecer atado a ese mundo virtual las 24 horas del día, sin la más mínima esperanza de perderse algún detalle de lo que le pasa a los demás porque queda una literalmente descalificada.
Hace un par de meses tuve la oportunidad de tener una discusión con una amiga la cual señalaba que yo estaba cambiando porque no acudía a las reuniones, a los cumpleaños y a los encuentros entre amigos. A decir verdad no soy de ir a esos espacios con mucha frecuencia, pero desde que existen las redes sociales tengo un nivel de contacto muy alto con la gente, soy excelente para leer los problemas de los demás y dar mi opinión de ellos y tengo la capacidad de dar el abrazo y la palabra más oportuna. Pero descubrí que sólo lo hago y lo logro en el 2.0, por consiguiente la gente esta percibiendo algo que no soy.
Me preocupa pensar que tenemos vidas paralelas, que somos unos en la virtualidad y otros en la realidad, que ya no hay un factor sorpresa cuando nos vemos con un amigo, que se ha perdido la capacidad de comunicarnos mirándonos a los ojos, tocándonos las manos o dándonos un abrazo.
Si hoy el celular es una extensión de mi mano, no quiero mañana convertirme yo en una extensión de una BB. Quiero seguir teniendo motivos para generar una espera por alguien, quiero seguir sorprendiéndome con el encuentro con las personas, quiero seguir teniendo cosas interesantes que contar bajo la excusa de una cerveza en un bar, quiero seguir mirando al cielo, quiero sentir a los que me rodean y quiero que la gente me extrañe también. Ah, y otra cosa que espero, es no sentirme excluida o excluir a alguien por no tener un aparato que en lugar de hacer las cosas más fáciles vuelve las relaciones sociales más difíciles.